—Mira a ese hombre que entra con el conejo de peluche. Se subió un día a mi autobús cuando salía del trabajo en la oficina del correccional. Tenía aún la etiqueta puesta, pero eso sí, lo sentó cómodamente en el asiento a su lado, que era para pagar otro pasaje.
El conejo
era tremendo, blanco y rosa, y entrábamos en Pascua, así que no me chocó
demasiado, aunque el hombre era también grande, no parecía muy normal también
por la conversación en torno al conejo que inició con otros pasajeros. Me
recordaba un montón a Ignatius Reilly de La Conjura de los necios. En lugar de
bigote tenía gafas. En lo demás, podía perfectamente llamarse Ignatius. También
tenía una madre, creo, que lo acompañaba ese día. Aunque quizás ese era otro de
los hombres niños que a veces iban en esos autobuses.
Montse y yo
estábamos en la terraza del Starbucks y él había entrado.
—Hostia, si
yo lo vi salir del CVS con él y creía que lo había comprado para un niño.
—Pues creo
que no, porque la prisión estatal no queda cerca de aquí, y allí estaba él con
el conejo.
—Mira dónde
lo ha colocado. Hostia, cómo está el tío.
El conejo
estaba bien sentado en la pequeña plataforma de la barra donde ponen los cafés
que la gente va pidiendo. Pascua ya había pasado hacía unos dos meses y
estábamos disfrutando del sol de la terraza de la cafetería.
Al rato
sale el hombre con el conejo en brazos y con dos cafés en la bandeja de cartón
de Starbucks. Bromeamos sobre si es un café para él y otro para el conejo,
posibilidad que no descartamos. También sería casualidad que las dos lo
viéramos el mismo día de la compra del conejo, en dos partes distintas del
estado. Pero es Rhode Island.
En marzo,
estamos otra vez en Starbucks, y esta vez no había sol que disfrutar, por
supuesto. Pero mira por donde, algunas atracciones están disponibles todo el
año.
—No lo
puedo creer, Montse, mira quién sale de Newport
Creamerie.
La nieve de
las últimas tormentas no se ha derretido aún, pero nuestro Ignatius sale de la
heladería con dos batidos marca registrada de la Cremerie, los Awful, Awful. La mascota esta vez es
distinta.
—No,
si otra cosa no, pero sentido de la temperatura, lo tiene. Éste va por
estaciones, todo bien conjuntado.
—Nada
de cafés que puedan contrastar con las temperaturas externas.
—Y
preparado, con la mascota justa para los contratiempos que puedan presentarse.
El hombre
se aleja cuidadosamente por la acera helada, los batidos en la bandeja, y el
enorme San Bernardo de peluche bajo el otro brazo.