La escena de escaparate en el Alsur
Café, era esta:
Sólo he venido porque el otro bar más cercano a mi casa, donde voy algunas tardes cuando ya no me motiva trabajar en casa, está cerrado. Y sé que aquí hay WiFi.
Primero, los niños pequeños se
suelen quedar mirándome a menudo, no quisiera indagar el porqué, que me lo
barrunto. Pero hoy además, la escena era como tan ... femenina.
Yo, con mi camisa rosa de diner,
con mi netbook, y mi copa de vino blanco, y mi móvil rosa, sobre la mesa. Pero
no me quiero engañar, la niña no estaba mirando a las cosas rosa, ni al
netbook, pobrecilla de dos añitos. Me miraba a la cara.
Vale, puede que no sea negativo y
puede que vea tantas emociones. Y puede que el rosa de la camisa esté
suficientemente cerca de la cara para que la niña se quede encantada. Ella me
encantó a mí también, hay que admitirlo.
Que no es que sea el reloj
biológico, no... pero chica, los niños pequeños tienen algo. Que no quiera (o no me
atreva a) tenerlos, no implica que no me gusten y les vea la gracia.
Otro día en un escaparate similar, desde mi biblioteca, subiendo las escaleras al segundo piso, ventanal que da al patio de una guardería. Un niño cogiendo un balón. Le miro, le sonrío, el se queda plantado con el balón entre las manos, mirándome mientras subo. Me quedo "hablándole" tras el cristal dos segundos, y luego me doy la vuelta mientras subo el otro tramo para decirle adiós.
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