La noche antes de ir a que me pongan
infiltraciones epidurales de cortisona me acuesto y me da la risa, porque me
acuerdo de una anécdota: un amigo lejano por Facebook me está aconsejando cosas
para la lumbalgia (de las que ya me dan risa, como ponerse calor), incluso el
nombre de una pastilla (obviamente no sabe el estadio en el que me encuentro de
probatas de medicación) y finalmente me dice que ponga marihuana en alcohol
isopropílico. Yo pienso, no uso marihuana, aunque si hiciera falta sabría cómo
encontrarla. Pero pienso más, y le pregunto, "¿Y luego que haces con la
infusión de marihuana y alcohol, te la bebes?". Y aquel se meaba de risa y
dice que no, que te haces friegas. Pues sí, ya decía yo que el chupito iba a
ser un pelín fuerte para tomar.
Pues en mi idea de beberme la pócima me
acuerdo allí acostadita en mi postura, y me empiezo a reír como si realmente me
la hubiera bebido.
Algo es algo.
Algo es algo.
El día siguiente llego mucho antes de las
7:30 al hospital, porque llevaba despierta desde las 3. Hay una señora mayor
que llega a admisiones antes que yo, y por supuesto, está allí sentada en la
sala de espera cuando yo llego.
Se vuelve hacia mí y dice:
—Aquí
és on ens adobaran, no?
Me encanta que me adoben.
Los pinchazos dolieron, pero el señor salado celador o técnico que ponía el aparato de rayos x que permite ver la columna en la pantalla de arriba me la piropeó.
—¡Qué bonito, qué bonito!
Algo es algo.
Y hoy, tres días después, estoy mejor porque
no tengo el dolor horrible que no me dejaba dormir, aunque por primera vez en
la fase tres me ha dolido pierna y rabadilla por la mañana.
El día 20 tengo el control de esto, y se
supone que antes es demasiado pronto. A saber qué mejorías puedo esperar. No
esperaré mucho per si de cas.
Pero lo bueno es que a partir de ahí viene
todo rodado: 24 electrocardiograma y anestesista, y 27 neurocirujano de nuevo.
Ahí sí que espero que me vaya buscando una fecha tempranita. Principios de
marzo, Universo, te pido.
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