27/10/25

Los libros me hablan


Hoy me he levantado feliz.
Un poco de descanso, un poco de no hacer nada –tan necesario–, un poco de escribir. Un mucho de cantar –ayer tarde. Un poco de playa (una tradición personal que no tengo que cumplir en el día de San Juan).
Bastante enemiga de tradiciones, me pasé la noche esa trabajando en un proyecto muy, muy personal. Tan inmiscuida en la tarea que se me olvidó hacer a las doce la única parte de la tradición que deseaba hacer. Así que me viste quemando un papel con las cosas malas de este año (o esta vida) que deseaba hacer desaparecer. No te creas que fue un papelito con una cosa. No. Yo a lo grande.
También ayer fui a buscar una revista sobre traducción donde publiqué el final traducido de la que es probablemente mi novela favorita de todos los tiempos. Un final que acaba en la noche de San Juan. Le hice fotos al original y a mi traducción (revisada por mi gran amigo nativo (linktree: @exaltron) y buen escribiente en inglés). Le hice dos fotos a la primera página en cada lengua, en este caso catalán occidental y castellano.
Luego me fui a la playa y empecé a leer un relato de Bonnie Jo Campbell, https://barcelonareview.com/86/e_bjc.html (también tienen versión en castellano) que tenía «guardado» desde hacía mucho. Cuando yo digo que no tengo tiempo, no miento. En el primer párrafo ya leo:
«Not to be a drama queen, which I'm not, but ever since his Summer Solstice party, I'm feeling sick and weird...» [No quiero dramatizar, pero desde su fiesta de solsticio de verano tengo náuseas y me siento rara].
Ahí vamos otra vez.
Lo anterior lo había buscado, pero esto no. Son esas casualidades que siempre me pasan con los #libros, que me hablan.
La otra vez que me pasó fue con otro libro de Isa Tròlec, Ploure a la mar. Y también empezaba hablando del solsticio de verano y lo empecé una noche de San Juan: «Agafo aquest llibre el dia de Sant Joan; i comença “1990. Migdia. Hora solar. Solstici d'estiu”. Senyal divina, vaig pensar, exagerant.» Sobre este libro ya compartí en este mismo blog, pero revisito: http://largando.blogspot.com/2022/07/ploure-la-mar-i-jo.html
Otra vez me pasó con Árboles de judías (muestra: https://www.ireadbridge.com/.../9788424.../9788424629939.pdf), que leí antes de traducirlo y en aquel momento me pilló en unas Jornadas de ACE Traductores en Tarazona, y también había alguna coincidencia de fechas. Y ya me tienes allí leyendo y llorando por la noche, y en el autobús de vuelta (las partes del libro que son para llorar, que de reír también hay mucho). Esto me suena más otoñal.
Y ya está. Todo esto ya lo podía haber hecho en mi blog, pero me enrollo, siempre me enrollo.
Lo importante es que estoy empezando a poder hacer cosas «prácticas», además de lo indispensable para vivir (comprar comida, cocinarla, fregar platos, ordenar compulsivamente o por necesidad)...
Cuando pueda estar de alta (el INSS ya lo ha propuesto, cómo no) espero no volver a angustiarme y tener la calma necesaria para seguir trabajando, #autónoma (autómata, me sale ahora, visto el panorama) o asalariada, pero con tiempo para vivir. Soy consciente de que no soy la única. De que muchos estamos atrapados. Y que algunos no os podéis permitir ni una baja (esas que a la #TGSS le cuestan tanto).
En fin, que estoy feliz porque los libros me hablan. Porque dialogan conmigo. Y porque tengo más gente de la que creo conmigo y, sobre todo, me tengo a mí. Tengo mi vida, que decía la gran Nina Simone. https://www.youtube.com/watch?v=L5jI9I03q8E...

14/7/25

El hombre de las mascotas




 —Mira a ese hombre que entra con el conejo de peluche. Se subió un día a mi autobús cuando salía del trabajo en la oficina del correccional. Tenía aún la etiqueta puesta, pero eso sí, lo sentó cómodamente en el asiento a su lado, que era para pagar otro pasaje.

El conejo era tremendo, blanco y rosa, y entrábamos en Pascua, así que no me chocó demasiado, aunque el hombre era también grande, no parecía muy normal también por la conversación en torno al conejo que inició con otros pasajeros. Me recordaba un montón a Ignatius Reilly de La Conjura de los necios. En lugar de bigote tenía gafas. En lo demás, podía perfectamente llamarse Ignatius. También tenía una madre, creo, que lo acompañaba ese día. Aunque quizás ese era otro de los hombres niños que a veces iban en esos autobuses.

Montse y yo estábamos en la terraza del Starbucks y él había entrado.

—Hostia, si yo lo vi salir del CVS con él y creía que lo había comprado para un niño.

—Pues creo que no, porque la prisión estatal no queda cerca de aquí, y allí estaba él con el conejo.

—Mira dónde lo ha colocado. Hostia, cómo está el tío.           

El conejo estaba bien sentado en la pequeña plataforma de la barra donde ponen los cafés que la gente va pidiendo. Pascua ya había pasado hacía unos dos meses y estábamos disfrutando del sol de la terraza de la cafetería.

Al rato sale el hombre con el conejo en brazos y con dos cafés en la bandeja de cartón de Starbucks. Bromeamos sobre si es un café para él y otro para el conejo, posibilidad que no descartamos. También sería casualidad que las dos lo viéramos el mismo día de la compra del conejo, en dos partes distintas del estado. Pero es Rhode Island.

En marzo, estamos otra vez en Starbucks, y esta vez no había sol que disfrutar, por supuesto. Pero mira por donde, algunas atracciones están disponibles todo el año.

—No lo puedo creer, Montse, mira quién sale de Newport Creamerie.

La nieve de las últimas tormentas no se ha derretido aún, pero nuestro Ignatius sale de la heladería con dos batidos marca registrada de la Cremerie, los Awful, Awful. La mascota esta vez es distinta.

—No, si otra cosa no, pero sentido de la temperatura, lo tiene. Éste va por estaciones, todo bien conjuntado.

—Nada de cafés que puedan contrastar con las temperaturas externas.

—Y preparado, con la mascota justa para los contratiempos que puedan presentarse.

El hombre se aleja cuidadosamente por la acera helada, los batidos en la bandeja, y el enorme San Bernardo de peluche bajo el otro brazo.

 

Los libros me hablan

Hoy me he levantado feliz. Un poco de descanso, un poco de no hacer nada –tan necesario–, un poco de escribir. Un mucho de cantar –ayer tard...