Sale una a caminar para deshacerse del mal rollo laboral del día, cuando ni siquiera son las 6 pero el cansancio es de las 8 de la tarde. Hoy, para variar no voy para arriba sino hacia el gótico, paseo marítimo etc., buscando la sombra cuando veo que era temprano. Vuelvo por el born y, en una calle que es peatonal, bastante llena de gente para la época pandémica, estoy mirando hacia el interior de una peluquería (confieso), cuando casi me choco con un joven en patinete.
Él está casi enfadado y se siente con toda la razón para
decir, “Mire hacia delante, señora”.
Yo, por inercia, “Ay, lo siento, perdona”, pero él, seguidamente, “Se lo he dicho cuatro veces”, y otro señor que iba cerca de mí en mi misma dirección, “Hay que ir con mucho cuidado”.
¡No me digas!
Y vaya que voy con cuidado por las calles más civilizadas,
con carril bici, que vas con cuatro ojos: uno para los coches, otro para las
bicis, otro para los patinetes y otro para los demás vehículos varios con
ruedas.
Pero no tanto, obviamente, por un sitio como ese, de los de
mirar escaparates y tal. Solo alguna moto va por allí, y todos los vehículos
sobre ruedas antes mencionados.
El chico joven. Hum. A ver, guapo, si me lo hubieras dicho cuatro
veces, digo yo que me habrías visto medio kilómetro antes, y hubieras podido
esquivarme. Además de tener la clarividencia de saber que, de entre todas las
personas que había a lo lejos, delante de ti, que miras tanto, YO iba a estar distraída.
Ay señor, santa paciencia.
A veces me dan ganas de quedarme en casa y no salir nunca
más.
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