28/7/13

Y cantar, cantar, cantar

La otra noche le contaba a Julia que cuando salió el single Tere Rampell me pasé todos los días hasta el lanzamiento del disco oyéndola una y otra vez, muchas. Antes de dormir, ponle cuatro o cinco, y al despertar, igual (y si me despertaba a mitad de la noche otro tanto). En total, que bien está que pase ya de la canción y es admirable y sorprendente que no vomite cuando la oigo.

Y ella dice que soy como los niños con las películas de Disney. Supongo que me estoy vengando porque cuando era pequeña no había de eso —películas habría en algún sitio del mundo, ¿no? Pero un reproductor en casa, no—. Bueno, recuerdo una amiga de mi hermana que tenía un tocadiscos que salía de un cajón de debajo de la tele y ahí oía cuentos de Disney (en disco, obviamente). Eso era el súmmum de la sofisticación para nosotras.
Lo que me ha llevado a pensar que lo que sí que había en mi casa era un magnetofón (casi todo el mundo tenía tocadiscos), y que mi padre cantaba tangos en su mesa de despacho. Y los grababa*. Y las niñas nos reíamos y hacíamos coros al tuntún alrededor.

Una vez que mi madre pasó muchos meses en Barcelona con mi hermano en el hospital, le grabamos una cinta para el día de la madre. Acabo de buscar la canción en YouTube y no me acordaba para nada de la canción original (ñoña donde las haya), ni dónde la oíamos, solo de nuestra “versión”.

“oh mamá, oh mamá, bendita sea tu bondad…” !!!  


Y ojo, que la otra única canción que recuerdo de nuestro “repertorio” y que estaba en aquella cinta, era Soy rebelde, de Janet. Que éramos pequeñas y en lugar de “olvidar el rencor” decíamos “olvidar el rincón” (qué sabíamos nosotras de rencores).

*Los genes no se pueden negar: ahí está mi afición por el karaoke casero. Mi padre también intentó aprender inglés con cintas, doy fe, y hacía judo (yo soy más de yoga, pero no me importaría pegar unas cuantas patadas bien pegadas).

20/7/13

Manel al Poble Espanyol


Me lo pensé, me lo pensé mucho para decidirme a comprar una entrada para este concierto Pròxims 2013. Era el único del verano en Barcelona. Relativamente cerca, pero lejos para mí. Un jueves, que el metro acaba a las 12 para más inri. Era festival veraniego y unas letritas en el cartel que lo anunciaba rezaban: "Benvinguts menors de edat". De las 19.30 hasta quién sabe cuándo. Y yo pensaba que me tendría que llevar un bocata y cantimplora, almohadita para el culo, o algo. Que no soy menor de edad, precisamente.

Pero un buen día me lié la manta a la cabeza y Atrápalo.com para qué te quiero. "I el dia va arribar, aquel que amb força ja esperavem...". El día de un julio agotador, por trabajo y por eventos sociales, que olvidaba yo que eso pasa en julio. Que me había despertado a las 8 para ir a mi intensivo de yoga y había caminado mucho, muchas veces, y me dolían los ojos, y que ya se sabía el orden de los grupos. Manel tocaría a las 00.30. Genial.

Como había investigado los otros grupos y había visto que algunos me hacían tilín, y resultó que los que más tilín me hacían eran los primeros, estaba jodida. Hay que decir que entre pitos y flautas llegué cuando estos chicos, Bremen, estaban acabando. Pues haberlo pensado mejor, nena, y haber ido hacia las 22.00, dirás. Pero no, no podía ser. Porque si había un grupo que no me hacía ningún tilín era Dorian, que iba justo delante de Manel, y entonces, eso no tenía gracia. Suerte que pude ver a los segundos, Mine! (not bad, diver), y los terceros, The Free Fall Band, que me gustan mucho, creo que mucho.

De Dorian no quise ni ver la pinta que tenían. Pop electrónico, oí después en TV3. Bien está saber qué es lo que no te gusta. Confieso que me senté en uno de los pocos lugares donde había un foco de luz, y leí un trozo de una traducción que tengo entre manos. No, no es que tuviera que entregar el día siguiente. Es que no me quería aburrir. Desde las  20.30 de la tarde hasta las 2.00 de la mañana hay muchas horas para pasear, estar de pie, y sentarse en suelos y escaleras, a mi edad.

Cuando ya estaba acabando el concierto previo, me inquietaba y me acercaba al foro. Mientras los tíos y tías del backstage cambiaban el escenario y un calvo probaba todos los instrumentos, yo pululaba entre la ya agolpada multitud. Los sentados que alfombraban el suelo, y los de pie que abrían un abanico desde el escenario.

Y bien, por suerte no me decepcionaron, sino que me sorprendieron muy gratamente. Teniendo en cuenta que en el nuevo disco, aparte de Teresa Rampell, las canciones son (según el Artur Mas de Polonia y mucha gente más, presumo) "ensopidas", vaya fluidez que me sacaron. Las cantaban todas más rápido que en el disco (muy bien hecho), y te juro que yo bailaba. Bailaba. Los jóvenes saltaban. Yo bailaba como en una discoteca. Sí. 

Estaba yo hacia la izquierda, entre cabezas y hombros más altos que yo buscando mi huequito, cuando lo hubo, lo hubo. Pero el huequito estaba entre muchas parejas. Supongo que por eso dejaban huequito, al abrazarse tanto. Pero tuve que largarme en busca de un nuevo huequito cuando un parejo le contaba a la sufrida pareja: "A mí el que m'agrada de Manel ...[imagínese el topicazo next]". Buscaba desesperadamente gente suelta, a poder ser de género masculino. Y me quedé entre unos de estos y otros del género parejil. De nuevo, el  parejo era el fan, que le decía a la pareja: "ai que no t'agrada, ai que em sap greu, ¡aquí hi ha una que no li agrada!". Pues no haberla arrastrado contigo, puñetero. Y este tío cantaba muy alto y otro que tenía al lado, sin pareja, también. 

Al final, la ley de la fan empedernida prevaleció, justicia divina, y conforme los diletantes se iban retirando, yo aprovechaba pa acercarme y dejarme un aura alrededor (no, no es que pegase codazos ni que me olieran los sobacos, qué va) pa mí sola.

La primera fue Bruixot. Lo que más alegría me dio es que por primera vez no parecía que presentaran un disco, que me da mucho palo, yo quiero que canten otras canciones. Y cantaron todas las del nuevo menos "Fes-me petons", que tiene su gracia, pero no sería pa bailar. Sí cantó el pobre Roger la del niño y el padre (fíjate que no me acuerdo del título) y creo que a partir de ahí, si tenían pensado hacer "els petons", la tacharon de la lista. En cambio, todas las demás fueron sublimes. ¡Qué voy a decir yo! Y la gente las cantaba, como siempre. Y yo me emocionaba, como siempre. 

Cantaron también La gent normal, para felicidad del personal, Dolors, imprescindible, con el añadido final de Roger que solo yo y otra persona sabíamos ;), Al mar (que me la suda), La cançó del soldatet, Boomerang, Benvolgut (creo que la más amada por el público), y cuando se despidieron, faltaba alguna, y empieza el "es una broma, ¿no?" y "No n'hi ha prou", y "que tragui l'ukelele"... 

Pero yo sé que tienen apuntados los bises. Y que una vez hagan los bises (que no son bises) ya puedes pedirles arroz, Catalina, que no van a volver a salir. Pero el público es sabio, educado, y está cansado, y después del estupendo "resopó", salió en orden (igual también influyó que la megafonía soltase una canción de Perales, "y te has pintado la sonrisa de Carmín..." -ejem.)

La que me faltaba tras el presunto final, era "el directiu" (de esta, hay que decir que, como en Al mar, me sobra el estribillo, pero el resto es simplemente genial). Y la cantaron, la cantaron. No recuerdo cuáles más, ahora solo recuerdo una bellísima En la que el Bernat... que, en contraste con el resto, fue lenta y diferente porque no hay ukelele. Pero que la gente cantaba igual, adaptándose al plan cantautor, haciendo los silbiditos y luego con la ancestral cola del "pom, pom, pom,  popopoó pom pom".... "que t'acompanyava un indiviiidu molt aaaaalt". Este estribillo sí que mola.

Y como es lo último que recuerdo, y a falta de una muestra de este directo, pongo otro de Pamplona donde el fenómeno público se observa bien. 

Mira que nos gusta decir "Qué bonic, qué bonic, qué bonic...".




PD: Mi única pega es, siempre, que no canten Ceràmiques Guzman. Me juré que si la cantaban me compraba la camiseta (tenían talla M, que es pequeñica), pero si no, castigo. Castigados quedan por ese lado. :)



3/7/13

El día de los tres asesinatos


Tres crímenes hubo.

Primero en la novela que estoy traduciendo.
Luego en la que estoy leyendo, una vez en la cama.
El tercero sucedió a eso de las 4 de la mañana en mi alcoba, en las circunstancias que siguen:

Había yo cerrado todas las puertas de balcón y ventana con cierta antelación a mi encamamiento. No recuerdo si eché spray matamosquitos ni si puse el ahuyentador eléctrico un rato mientras leía. Son precauciones que he de tener en cuanto empieza a hacer la calor, que decía el poeta. Valga decir que esta primavera ha sido fresca y el recién estrenado verano es cálido, pero refresca de noche. Los mosquitos son acérrimos enemigos de mi persona. Cuando menos te los esperas, cuando ya crees que es imposible que se puedan colar por rendija alguna o que quede alguno vivo dentro de tu hábitat de reducidas dimensiones, ¡bam!, aparece alguno de tamaño mota de polvo pero cabrón como el que más.

En esta ocasión, tras la lectura de rigor me di media vuelta en la cama y me tapé, aún con colcha, que una vez apagas la luz, tanto calor no hace. Tapadita estaba yo y a buen recaudo antimosquitos, pensaba yo, durmiendo como una bendita.

Como empecé a relatar arriba, a eso de las cuatro (que eso decía el móvil que uso de despertador cuando acabé la batalla campal), me despertó un picor familiar y un ruido que me exaspera: «meeeeeeh-eeehhh». Yo no oigo zumbidos, yo oigo un «meeeeh-eeeeh» aterrador. Cuando esto sucede, suelo insultar al mosquito en cuestión, mayormente con la palabra «cabrón». Suelo darles caza con lo que sea (incluida una paleta de las que sirven para este fin, si está a mano). O, si les pierdo la pista, como suele ser el caso, porque ya digo que son como motas de polvo, con el spray. Como motas pero con mucha energía, y que muerden con ahínco.

Esta vez lo que pasó fue que estaba yo en posición digamos fetal, de lado (difícil sería poner posición fetal boca arriba o boca abajo), y solo tenía descubierto un trozo de la espalda. Pues el susodicho mosquito me fue a morder ahí justo en la paletilla. El habón que luego vi en el espejo seguro que tenía un área de millones de veces el tamaño del atacante (millones o miles, que muy de números no es una).

La cosa es, a ver si me dejo de ir por los cerros, que fue cuestión de segundos: notar el picor, oir el «meeeee», darme la vuelta instintiva y enojadamente, y dejarse de oír el «meeeee». Cosa que me hizo pensar en que no necesitaría buscarlo, ni levantarme a por el spray. Me había vuelto casi tan rápida como mi enemigo. Tampoco me importó mucho buscar si efectivamente había un cadáver o si se estuviera haciendo el muerto para burlarse de mí. Pero sí, eché una mirada a la almohada, me levanté y eché insecticida, levemente, por si quedase algún rastro del mordedor o de otro compinche. Para mirarme el habón de la paletilla mientras se difumina un poco el pestazo a insecticida. Y claro, luego te acuestas y te empiezan a picar otras partes, ora el tobillo, ora un muslo posterior, ora otras partes poco inaccesibles a mosquitos mota. Y para volver a dormir acabas necesitando volver a coger ese libro, y haciendo la nota mental de nunca jamás ya dejar de poner el ahuyentador eléctrico, por muy cerrado y hermético que te parezca el búnker.

Definitivamente, los odio.