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4/3/22

A little about feminismos y salud mental

Dos citas que he oído en la televisión pública catalana estos días que se relacionan con saludes emocionales.

Primero, aprendo Josep Pla parece que dijo: "observar és més difícil que pensar", que es una verdad como un templo y que nos llevaría a esto que actualmente se llama #mindfulness y que no solo es una moda, sino que es una necesidad en estos tiempos acelerados.


Segundo, y no menos interesante (aunque me haya hecho pensar más), en un reportaje sobre el bies sexista en la sanidad: "no és depressió, és opressió". Cito del link del programa en TV3, que las mujeres están "infradiagnosticades i sobremedicades".

Cosa que también me toca muy de cerca y les toca a muchas mujeres. No en vano el título del reportaje de #senseficció era "#Dona, vosté no té res!"


Donçs tenim. Tenim molt, de pressió i de coses bones també. Força i salut!

Julianne Moore

16/8/16

76 días

Mi padre
Hace más de tres semanas que murió mi padre. Por lo que sea, hoy estoy más sensible y lloro a lágrima viva.

Había llorado a ratos, solo a ratos. Algunos desesperadamente; los más, ligeramente.
En el tanatorio, cada vez que me acercaba al cristal a verlo me abrazaba a mi madre y lloraba. Y qué raro cuando la gente decía “qué bien lo han dejado”, y tú pensabas que no, que a ti no te gusta. Algunas personas veían lo que yo, un abuelo de serie de la familia Monster, más joven. Algún relleno que le pondrían en la cara que hacía que no se pareciera a él.

—¿Cómo lo querías, más maquillado?
—No, lo quería vivo.

Quizás por eso estoy recordando estas últimas noches el día que murió. Los días previos. Ese sí era mi padre, el mismo de las fotos de jovencito, el que vino a darme apoyo moral cuando me operé de la hernia y, por desgracia, el que tardó una hora y media en morir el sábado en que nos dijeron “ya está”. Ese también era mi padre. 



Mi madre y yo entramos a la visita de la 1. Lo estuvimos cogiendo de la mano, una por cada lado, aguantando estoicamente la pena, acariciándolo, besándolo, diciéndole palabras dulces, limpiándole el líquido que le salía por la boca que dicen que es cosa de esa muerte. Tantos otros días estuve acariciándolo y limpiándole las lágrimas, sintiendo cómo nos apretaba fuerte la mano, diciéndole que lo quería, y finalmente diciéndole que dejaba que se fuera y que descansara. 
Los días antes, mi madre cada vez que se iba le pedía un beso y él se lo daba. Se besaban en los labios. Una cosa que yo no había visto hasta que tuve veinte y pico. Le decía, “venga, campeón, que nos vamos a casa”. Pero no pudo irse ni siquiera a una habitación del hospital. 76 días en Reanimación. Nunca hubiera podido imaginar aguantar todo eso. Que esa persona aguantara tanto. Ya le podían dar antidepresivos. Una persona con 50 días en la misma postura, intubado para respirar, que ya sabe que no va a poder caminar, y que sí, a veces reía con nuestras anécdotas, nos hacía reír con sus ocurrencias, pero otras veces se rendía. Quería descansar.

—Ajudeu-me.
o                     
—¿Voleu que menge?

Y así, arriba, abajo, todo ese tiempo. Y ese último día, las dos fuertes a su lado, las dos emocionadas. Las enfermeras, dos enfermeras, las mejores, grandes y humanas, una abraza a mi madre, con lágrimas en los ojos, la otra me abraza a mí. Nos corrieron la cortina y nos dejaron con él. Nos venían a decir ya falta poco. Una doctora pequeñita que siempre parecía tener frío casi nos dijo el ahora sí definitivo. Ese día, esa hora y media, ya no había beso en la boca que valiera, pero fue la primera vez que oí a mi madre llamar “amor” a mi padre. Y me gustó. Las dos y media, del 23 de julio, cumpleaños de mi hermano.

Esta noche he recordado el tener que salir de allí, que lo van a preparar. Esperar afuera al hombre que viene a arreglar no sé qué papeles. Y las enfermeras dicen que lo van a sacar, por si nos queremos ir a otra parte. Pero nosotras no. Nos quedamos. Y lo vemos pasar en la misma cama bajo una sábana. Y aguantamos.

Y salimos con el hombre de los papeles y vamos a los ascensores. Mi padre en el otro ascensor. Qué raro es todo. Qué duro, qué impotencia.

Y qué fuertes porque no hay otra.

Y pensar que esa tarde hicimos todo el papeleo del funeral mientras mi hermana venía con el coche. Fuimos al piso donde alquilábamos una habitación y recogimos todo. Fue para mí una sorpresa. Yo pensaba que volveríamos en unos días, pero mi madre, práctica como ella sola: “No, yo no tengo ganas de volver en unos días”. Hicimos nuestros bultos. Ropa, enseres, hasta comida, y parecía que habíamos vivido allí un año. Casi no cabe todo en el coche. Y fuimos capaces de hacer “la mudanza”, de dejar aquella casa ordenada y todo desperdigado por nuestra casa. De vestirnos e irnos al tanatorio. Tarde.

A las 9 y media de la noche de un sábado. Con amigos de mi padre de la juventud que casi nunca lo veían pero estaban ahora como en shock. Recuerdo a uno, quieto, con la mirada perdida, apagado, no se atrevió a verlo tras el cristal.

“Cuánta gente lo quería”, decía mi madre. “¿No lo sabías, boba?”, le contestaba mi tío.
Ahora, lo tengo asumido. Obvio que sé que no está, que no está. Pero a veces quisiera no creerlo. Me parece imposible. Me parece injusto y digo que no quiero, no quiero y no quiero.
Pero no volverá. 

Lila
El otro día mi madre me cuenta que nuestra perra, Lila, está muy quieta y muy triste, que mira hacia afuera, o se queda quieta dentro de casa. Yo ya lo vi los últimos días que estuve. El otro día fue a comer allí un primo de mi padre que nunca se le pareció mucho, pero al final todos los de la familia cuando son mayores son parecidos, calvos con pelo blanco y las cejas con los pelos tiesos. Igual Lila se acordó y pensó, ¿y el otro no volverá? Y aún espera. Porque una vez que llegamos en coche mi hermana y yo, nos vino a recibir, vio que lo que salía del coche no le interesaba (antes me hacía unas fiestas tremendas cada vez que regresaba de Barcelona), y se fue a husmear por el trocito donde mi padre hacía sus “pasteradas” de cemento para sus jardineras y pequeñas obras varias.
La noche del funeral, mi hermano se coge una bandejita con la cena y va y se sienta en el sitio del sofá que era el de mi padre. Lila se pone a sus pies. Levanta la cabeza y lo mira, triste. Mi hermano le dice:
—Qué passa, Lila, no està el iaio? No està, pobreta, no està.
Y ella se quedó con la cabeza gacha.
Mi hermano recoge las cositas de la bandeja, y se levanta con lágrimas en los ojos.
—Ja s’acabat el sopar.
Y se sentó en el otro lado. 

Así se quedó la animalita

Mi madre
Entonces mi madre, sigo lo de antes, me dice que coge la foto de mi padre (¿una reciente, no? Sí, mujer, la que está contigo –hace dos años) y le dice a Lila:
—El iaio ja no pot vindre, ¿saps? No pot.
Y luego me dice a mí:
—Serà possible, que fins i tot a la gossa he que consolar jo? I a mí que ningú em diga “pobreta”?
Sí, mama, yo te lo he dicho. Uno de los primeros días tras la operación, cuando había supuestas esperanzas, pero no. Estábamos en un sofá. La pareja invitada de Barcelona en el otro sofá, observándonos. Ella me pasa la mano por el hombro y dice:
—Pobreta.
—Pobreta jo?
—Ai, és veritat, jo també!
Y las dos nos quedamos abrazadas y empezamos a reír y llorar a la vez, de lo ridículo de la situación.
Esa es mi madre y cómo la quiero. Lo he dicho muchas veces y lo diré siempre. Y cómo la admiro. Y lo fuerte que es. Y sí, pobrecita ahora, porque es muy duro para ella. Pero es fuerte y práctica y tiene un par de ovarios, desde siempre, ya lo he dicho otras veces. Cuando se rajó ese puto aneurisma, cuando volvimos a casa después de la operación, lo primero que hizo fue acostarse en la cama de mi padre. Mujer lista, aunque fuera por instinto. Así no vería su cama vacía. Cuando yo estaba me acostaba en la cama de al lado. La de ella. Mis hermanos llegaron a decir que me fuera yo ya a mi cama, no fuera que se acostumbrara (después de la muerte). Por dios, que es mi madre, y son momentos delicados. No es un bebé que tenga que educar. Ella sabe lo que se le viene encima. Yo ya me mudé a mi otra cama. Y ahora estoy en mi casa. Pero no me arrepiento de haber estado con mi madre ni un solo momento. Cierto que hubo momentos en que me sacaba de quicio. Día y noche con la misma  persona, es normal. Nunca había aguantado yo tanto compartiendo espacio con nadie. Tan a gusto. Porque ella y yo nos podemos reír en toda circunstancia. Y sabemos premiarnos y alegrarnos la vida en la medida de lo posible.
—Un geladet, per refrescar-me la consciència.
Era la forma de hablar de mi madre, no que tuviera nada que reclamarle a su conciencia.  

Foto simple que me provoca la mayor de las ternuras.








9/12/13

Este noviembre



mi zona lumbar
lo que hay dentro
Me acuesto muy cansada, de lado que es como más cómoda estoy, después de tomarme como 7 pastillas con una cena de 2 plátanos y un yogur. Es más de la una, he tenido un día intenso y cansado. Echo de menos mi ritual de leer antes de dormir, pero me da la sensación de que hoy voy a caer rendida, como las últimas noches, las últimas semanas. Me quedo pensando, mi cuerpo está cansado y quieto, compruebo la sensación de relajación en las piernas, el adormecimiento, pero hay unos pequeños tics que saltan por todos los músculos de los brazos y la espalda.  


Mi relación con la industria farmacéutica se relaja por un lado y se estrecha por otro. Dejo de traducir protocolos de ensayos clínicos desde que hace tiempo que estar sentada en la silla de trabajo es un suplicio, y en cambio me tomo uno de los específicos para el cual más documentos he traducido, pregabalina.

Por agosto. Después de que la silla fuera un suplicio, intenté trabajar sentada en el sofá, para que en poco tiempo esta postura quedara también ligada al dolor lumbar. Luego traduje de pie, mesa sobre mesa, hasta que mi espalda quedó demasiado cargada para eso también. La última novela que traduje, una perla y un caramelo, la acabé tumbada en el sofá con las piernas dobladas para aguantar el ordenador. Y el descubrimiento tardío, tras tres meses de supuesta lumbalgia y de oír consejos de propios y ajenos, terapias y rehabilitaciones de los que salí peor que entré, de la hernia voluminosa que ahora no se puede operar hasta enero como muy pronto. Y la baja. Que cuando me enteré de la hernia yo pensaba, ilusa de mí, que en navidad ya estaba operada. Pero no, y más de tres meses de baja ya me parece demasiado.

Que desde agosto me dolía mucho, mucho más de lo normal en la lumbalgia. Que mi madre vino en septiembre a cuidar de mí porque me notaba deprimida por teléfono. Y yo aún pensaba que mejoraría, con ejercicio, con descanso. Que iba a descansar y no trabajar si eso me arreglaba el problema. Que estudié todo lo que hay para estudiar sobre lumbares y normas posturales. Que en octubre fue cuando me hice la resonancia, al fin, después de la rehabilitación (administremos bien esta seguridad social, señores), y que el 7 de noviembre, este noviembre fuerte, mi doctora se entera y me comunica que tengo hernia discal voluminosa y me manda de forma preferente a una primera visita con un neurocirujano. Cita que pido en el mostrador de afuera, después de dejarme la chaqueta dentro de la consulta y que la chaqueta desaparezca para siempre (cómo está el personal).

Que como es preferente, espero que me avisen pronto y aún espero ver a ese cirujano este, este noviembre. Pero pasan dos semanas y no, no oigo nada. Y cada vez puedo hacer menos cosas, camino menos, me agacho menos o peor, hago piruetas lentas para cada tarea, lloro a menudo por sentirme inútil, inútil en verdad me siento, y me siento incomprendida, sola. Casi maltratada. Un día llamo al hospital y después de varias gestiones me informan de que mi cita está registrada pero no hay nada para antes del 16 de enero. Casi muero. Le pregunto a la secretaria. Lo único que puedo hacer, si creo que estoy peor, es ir a urgencias, y decir que tengo esta cita.

Esa tarde intento digerirlo. Pienso, ¿me espero? ¿voy a urgencias? Hoy, viernes, día de mi cumpleaños, me levanto y mi pierna derecha responde menos que nunca. En la cocina, preparando el desayuno, me agarro al armario encima de la cocina y lloro de impotencia. Grito.

Pero no voy a urgencias. Aún pienso si será lícito, si estará justificado. Me pregunto si puedo esperar dos meses a ver al cirujano, si me puedo quedar inútil de esa pierna. Nadie me ha hablado de esto. La idea me grita: no me ha visto ningún especialista desde que estoy peor, desde hace agosto, hace 4 meses. Ni desde la contractura del verano anterior. Hay que ir a urgencias. Ya no tengo dudas. Nadie me lo cuestiona, y unos familiares básicamente me obligan. Me van a llevar el lunes por la mañana.

Y bien que hicimos.


(continuará…)

***
Y continúa:
Y escribo hoy (sábado de la semana que fui a urgencias) con énfasis y ganas porque el lunes fui a urgencias y me quedé tranquila porque me explicaron -por fin, un especialista- mi estado y por qué podía esperar al 16 de enero (en lugar de operar de urgencias). Me enseñó la hermosa hernia en la resonancia (“¿no la has visto”, pues no). Me probó una pauta de 6 medicamentos muy complicada y me hicieron algunas pruebas para el preoperatorio mientras la medicación me hacía efecto. Una inyección fue directa al glúteo dolorido, que así lo pedí yo, que fuera directo, y aquello dolió como no imaginaba.
El informe de alta me explicaba cómo tomar todo aquello exactamente y daba unas recomendaciones de sentido común pero que ningún médico me había hecho (como evitar los esfuerzos y levantar pesos con una faja -que de todas formas no voy a levantar, pero puede que sí me compre un corsé).

Los tres días siguientes con la nueva y complicada medicación estaba incluso peor, caminando poco con un dolor espantoso.

El martes por la tarde después de intentar descansar en el sofá una horita para luego ir al cine (que tenía entrada comprada para una proyección de Amanece que no es poco) fue lo peor de toda la etapa de dolor: no me podía apenas mover. Me costó Dios y ayuda vestirme. Pensé que no debía salir. Pero pensé, si me caigo por la calle, ya habrá alguien que llame a una ambulancia. Y si me quedo clavada en la butaca, estaré rodeada de gente simpática que… llamará una ambulancia. Y ya en el hospital me quitarían el maquillaje, porque me puse estupenda, estupenda, para contrarrestar el estado interno. Y allá que me fui cojeando, poquito a poquito, hasta Rambla Catalunya, que ya está decidido que es un viaje demasiado largo que se consideraría “esfuerzo”. Suerte que la butaca era gorda y comodona y yo de vez en cuando iba moviendo el piececito para notar el hormigueo. Y mucho que me reí y Ferràn Rañé (el hombre que brota, cojito para toda la vida) estaba sentado a dos asientos de mí y miraba sobre el hombre de mi lado para ver quién se reía de aquella guisa. Y a lo mejor la risa es milagrosa, pero cuando me levanté de la butaca, me levanté bien y caminé, con dolor, pero dolor normal, no con la desesperación de esa tarde. Y quise pedirle una foto a Ferràn porque yo era “cojita por una temporadita” y me hacía ilusión, pero me corté.

La vida siguió y el jueves por la noche lloraba desesperada por no poder soportar el dolor, que me quería morir. El viernes al despertar más lloros y casi le pido a mi madre que me venga a cuidar. Pero después de la dosis del mediodía se me pasa el dolor exagerado y me quedo con el normal (todo el glúteo bajando hasta la pierna, aún cojeando, difícil  moverme en la cama y sentarme). Se me abrió el cielo un poquitín. Supongo que o bien
1: eran necesarios 3 días para que la medicación hiciera efecto, o bien
2: la inyección que me pusieron en ese puto glúteo en urgencias fue la que me provocó ese dolor insoportable que duró 3-4 días, o
3: una combinación de ambos.

En cualquier caso anoche yo ya firmaba para quedarme así hasta el día de la consulta. Esta mañana me he levantado como siempre pero sin berrear, el típico dolor de glúteo y pierna en cama. Dobladita y cojeando por la casa, pero soportable, pudiendo agacharme sin hacer mucha pirueta. Y como mañana empiezo a aumentar la medicación que es para el dolor neuropático tengo bastante esperanza en poder resistir hasta el 20 que me iría al pueblo. Tres semanitas hasta irme, tres semanitas allá, y lista para la reparación, que espero sea inminente, inminente una vez me vea el cirujano.

Y hoy 16 de enero falta un mes para la cita y ya sé que me voy el viernes, que vuelvo el ocho y tendré una semana aquí para arreglar asuntos por aquí. Espero volver sola si me puedo manejar como hasta ahora. En los momentos desesperados que veía que cada día tenía menos movilidad pensaba que mi madre tendría que venir conmigo a hacerme lo básico. Espero y espero mucho, que no.

Feliz y saludable navidad os deseo de todo corazón.

***
Ya es el feliz año nuevo, querido diario.
Y el 25 de diciembre hará un mes desde que fui a urgencias, cuando el diagnóstico del alta fue lumbociaticalgia crónica reagudizada sin déficit motor.
Esa compleja combinación de analgésicos hizo efecto hasta exactamente el día 19, cuando el dolor de espalda convertido en dolor en culo y pierna al caminar que se aliviaba al calentarme se convirtió en culo más arriba y pierna más potente. Baja pierna de pie y sentada y nalga derecha me siente donde me siente, me acueste cuando me acueste, y acostada como me acueste. Todos los movimientos en la cama duelen. Y cuando antes podía estar aquí acostada escribiendo sin problema, ahora estoy escribiendo pero con el dolor en la nalga derecha. Otra vez, esperamos que no pase de aquí hasta el día 16. Después del 16, ¿cuándo me operarán? Me da mucho miedo saberlo. Pero quiero que llegue el día 16.

Hoy es 4 de enero, y mi postura cómoda se reduce a acostada sobre el lado izquierdo, aunque casi siempre me duele ya la pierna izquierda. No puedo estar acostada bocarriba porque me duele la nalga derecha. Se puede si lo hago en el suelo sobre una esterilla, porque el peso recae sobre la parte más alta del culo. Es una forma de usar el ordenador, y la que estoy usando ahora es sobre una cama dura, sobre el lado izquierdo, con el codo apoyado para levantar el torso y poder teclear. Ansío, además del día 16, el día 8 que regreso a Barcelona, porque creo que las tareas diarias me ayudarán a estar mejor, esos pequeños movimientos obligatorios, aparte de que tendré la televisión que me gusta y el acostado de lado será más soportable, porque, ya puestos, hay que decir que aguantar un libro en esta postura es cómodo a más no poder. 

***

15 de enero. 1 día antes del Día D
La zona lumbar veraniega del principio de la entrada con la que quise alegrar el panorama contrasta con las dos que siguen. Volví el 8 de enero, día de pocos viajeros por suerte, porque me tuve que estar todo el viaje con la pata colocada tal que así como abajo se muestra, sobre el asiento contiguo, el cuerpo todo lo reclinado posible contra el asiento. Curiosamente esto era del lado que me duele. Me costó una hora dar con esta postura. Ni sentada normal (horror) ni recostada contra el lado que no duele. Increíble. Cuando pillé esta postura, me dormí una hora (alabado sea el señor), posiblemente porque fue el punto en que hizo efecto la medicación del mediodía. Pero cuando me desperté, siguió siendo la postura mejor pero para nada exenta de dolor.


Así que el resto de horas, me entretuve viendo una película que no vería normalmente... y con esta carita en la que se observa el dolor, hastío, cansancio:


Bueno, pues no encuentro la foto de mi piel reluciente y cintura más o menos en buen estado dentro de mis posibilidades así que aquí lo dejo hasta que tenga noticias mañana de cuándo será mi reparación... ay qué ilusión! 
:)
¡Qué fuerte, que te hagan aguantar tanto el dolor hasta el punto de que te haga ilusión entrar en el quirófano!

***
Presunto Día D
Después de dormir sólo a trozos y levantarme a las 7.30 porque ya no podía aguantar más. Tan temprano que me levanto y voy y me equivoco en el metro, que tenía que ir directa y he hecho transbordo para ir a otra parte del hospital que no era la mía. Patachula vuelta atrás. Que vuelvo a perderme dentro del hospital, que me he metido en la parte de los ingresados (podría haberme metido en una cama a ver si colaba). Renqueando que llego al lugar, que viene mi turno. Y el señor doctor Muñoz, tan joven, me hace las preguntas de siempre, las pruebas de siempre. No, no he perdido la fuerza de las piernas ni los reflejos, pero igualmente no es vida lo que estoy viviendo (le he dicho literalmente que "vivo sin vivir en mí").

-¿No tens mutua?             (la pregunta del millón)
-No.
-Per aquests casos...         (pues sí, si lo hubiera sabido)
                                   
Ganas de llorar.

Pero bueno, mira la resonancia, que es una "senyora hèrnia" quirúrgica. Que hay lista de espera, y yo pensaba de forma optimista que la lista de espera era ya la de los dos meses para la visita. ¿De cuánto, doctor? Pone esa cara de no querer decir número y dice que de 3 a 4 meses, pero que "es pot buscar un forat, perquè és una operació d'una hora".

Manos aguantando la cabeza mientras él iba buscando papeles para firmar consentimientos informados y para pedir la cirugía, el electrocardiograma, la anestesia. Le he llegado a preguntar el precio de la operación si la tuviera que pagar yo. 6000, que si llego a saberlo Este Noviembre me opero en diciembre, con lo que pierdo estando de baja lo pago. Ahora no vale la pena. Todo lo de arriba es el resto del preoperatorio, más ir a la clínica del dolor para que valoren hacerme infiltraciones (esa cosa que a todo el mundo le han hecho, menos a mí). 


Me voy calmando o es que estoy como siempre, siempre esperanzada, esperanzas de que las infiltraciones me alivien el martirio, de que el hombre me haga el hueco de una hora. Es triste, triste. Pero es lo que hay. Voy a pensar. Pensar cómo aprovechar este tiempo. De momento es cierto que voy a estar echando viajes a Sant Pau, y ya no me equivocaré en el metro; al loro: sólo para recuperar el CD de la resonancia tengo que ir dentro de 5 días a preguntar (no, no puedo llamar) cuándo lo puedo recoger.  


Luego iré a electrocardiograma y anestesista el mismo día de febrero, de lo del dolor ya me llamarán, visita con el doctor otro día de feberero y para la operación ya me llamarán "según lo que indique el doctor". 


Forat, hueco, universo, please, que si quieren aprovechar las pruebas que me hicieron en octubre en urgencias tengo que operarme a finales de febrero. Porfi, porfi, porfi universo del dimoni.



El hombre de las mascotas

 —Mira a ese hombre que entra con el conejo de peluche. Se subió un día a mi autobús cuando salía del trabajo en la oficina del correccional...