3/10/24

Un erizo y un avión


Este uno de octubre nadé en el mismo mar en que nadé, en mi otro país, solo en verano. El uno de octubre solía estar más ocupada. Demasiado ocupada a veces.

El del año diecisiete fue emocionante. Tenía a mi sobrino en casa y alucinó la noche anterior con los sonidos que se oían alrededor de la plaza Sant Jaume, además de con los lugares para comer que mi sobrino estaba descubriendo. Era emocionante la música de los balcones, los cánticos o las caceroladas, por mucho que después todo quedará en aguas de borrajas. Al día siguiente, el mismo día uno, él salía para Alicante en un tren desde la estación de Francia, la más romántica de la ciudad. Me acompañó al colegio electoral. Y fue otra experiencia La gente se agolpaba a la puerta. Algunas familias venían diciendo que en su colegio habían empezado a haber pelotas de goma y venían a votar al nuestro.

Consensuadamente, dejaban entrar a las personas mayores antes. Hacían un corredor para que saliera cada una y después le aplaudían. Una fue mi vecina de abajo. Recuerdo que una actriz que vivía en el barrio llegó y dijo, «no iba a votar, pero hoy voto, aunque ya no trabaje más en Madrid». Esta misma actriz fue la que se ofreció a tomarnos una foto a mí y a mi sobrino. Tuvo que desechar la primera porque salía ella, ya que lo teníamos puesto en modo selfie. Una anécdota y una foto memorable.

Al final decidí acompañarlo caminando hasta la estación de Francia, diciendo que ya votaría luego, no tenía prisa. Y sí que voté, voté que sí, igual que hiciera aquel nueve de noviembre, cuando tampoco pensaba ir a votar, cuando era menos verdadera la votación, que pensaba votar en blanco, pero también al ver el ambiente pensé que sí, que votaba que sí. Ese ambiente, esa gente, esas personas mayores, esa ilusión.

Me gustaba la gente de mi barrio, me gustaba la gente de mi ciudad y de mi país. Para mí era un país, para mí es un país. Un país sin estado, digan lo que digan. Por mal que vaya, siempre he visto que va mejor que el resto de España que conozco. Por mal que vaya, siempre me gustará más la cultura, la gente, la cultura de la gente.

El treinta de septiembre, en este caso, fue bonito porque fui a caminar por la playa, esa misma playa en la que nadé este uno de octubre, solo para desfogarme, para escaparme de mi vida, que era una obligación continua. Salí el treinta para caminar rápido. Me monté una ruta que tuvieran cuarenta y cinco minutos, porque no podía seguir engordando. Al subir desde la playa, casi ya en la carretera, al finalizar una barandilla, en un trozo  de piedras grandes y matojos, vi un erizo, un erizo precioso. Nunca había visto uno en directo. Me paré y dije, como una niña, juntando las manos: «Oh, el erizo, qué bonito el erizo. La elegancia del erizo».

Y recordé el libro, que leía precisamente en esta o la otra playa, porque las arenas son todas iguales y mi mente está arenosa. Y recordé la película. Recordé cuando Julia me dijo que ese libro le recordaba a mí. Quizás la portera protagonista le recordaba a mí. Cuando yo leí libro ni sabía lo que acabaría pareciéndome. Cuando vi la película por segunda vez, esa mujer me recordó a mí porque tenía mi misma edad. Porque sí, porque definitivamente mi profesión ideal en aquel momento era la de portera. Se riese quien quisiera reírse. Portera culta que lee. Y pensé todo esto en un instante. Pensé que ya no podía ser portera porque no vivo en una ciudad grande y también pensé que quizás algún día pueda serlo, quizás algún día pueda volver a la ciudad grande, quizás pueda ser portera tranquila o algo mejor, y se me erizó la piel.

Y no recordaba en ese instante que la joven del libro era en principio una suicida. Otro libro con una suicida. Como ese algo que yo podría escribir sobre tres mujeres suicidas, un hombre que no quiere vivir y un hombre que se aferra la vida.

Y la desgracia con esperanza «Lo que importa no es morir, sino lo que uno hace en el momento en que se muere».

Unas semanas antes, después de unas lluvias, era una entre tres personas a lo largo de la playa central, que me caminé descalza. Aquel día lo más bonito fue, al principio, el agua tan clara que pude ver un pececito en la orilla y, al final, un gran arcoíris perfecto, el más grande que haya visto jamás porque aquel era el lugar más adecuado. Y me alegré de haber bajado.

El día uno, entonces, no tenía plan de ir a nadar. Estaba un poco nublado, pero tenía que lavarme el pelo (siempre tan práctica) y decidí de sopetón aprovechar, coger la mochila y largarme a la playa. Ni siquiera usaría bikini. Usaría el sujetador que llevaba, dado de sí,  con estampado de leopardo y unas bragas negras también viejas. Me metí en esa agua de buena temperatura y oleaje que otras veces me echara para atrás. Y hundí la cabeza y nadé hacia delante, en retroceso, para un lado y para el otro. No hice el muerto como otras veces. Me moví, me moví y me moví. Disfruté del agua, disfruté de la falta de gravedad.

Pensé en un momento que estaba llegando demasiado lejos y pensé que no haría como la protagonista de The Bell Jar. La había leído hacía poco en inglés. Sylvia Plath, La campana de cristal. Pensé en cuando ella hablaba sobre sus múltiples intentos de suicidio, que uno de ellos era nadar hacia el fondo hasta cansarse mucho hasta que tener la certeza de no poder volver. 

Yo no, yo quería volver y disfrutar. Y miré a mi alrededor y vi esa playa. Esa costa en forma de media luna, distinta a la que veía en mi gran ciudad que me gustaba mucho más. Los símbolos de la playa de la Barceloneta tenían más poder, la media luna era más grande.

Miré y seguí la trayectoria de un avión que quizás un día me pudiera llevar a cualquier otra gran ciudad, grande pero vivible. Esta era más acogedora, estaba bien allí y podía nadar con muy pocas personas alrededor un uno de octubre cualquiera y pensé que sería como un baño renovador, quizás en el que recobrara la libertad interior.

8/2/24

Omple l'enquesta





El Consorci Sanitari Integral al qual pertany l'Hospital dos de Maig m'envia una enquesta sobre la meva visita a un traumatòleg la setmana passada. És  la meva oportunitat. En la gradació "recomanaria vostè el centre a familiar si amic..." pose el que em sembla. A la pregunta sobre la visita concreta nota baixa. Trio entre les opcions que es donen. Com que mansplaining no hi és, he d'explicar de forma concreta:

Recomanar, puc recomanar segons quin metge et toqui. El centre no és el problema.

Jo volia una opinió professional sobre la meva patologia cervical i el metge (Edgar Medina Rodríguez) es va limitar a fer de psicòleg.

Em va receptar rehabilitació (única cosa positiva). Però l'actitud paternalista és inadmissible. Ja sé que tinc ansietat i depressió i que això no ajuda, i sé el que és una estenosi (soc traductora mèdica). 

Jo anava per una opinió objectiva i CIENTIFICA, volia asber quan seria aconsellable una intervenció. Em va dir que nadés (consell del dia u quan tens problemes d'esquena) i, després, que no estava fent la meva feina -sense saber si faig ioga o estiraments, que també són vàlids. En va dir que no he perdido nada porque estoy viva i em va posar l'exemple d'ell mateix (he perdido un hijo y estoy aquí). Ell no sap el que jo he perdut (encara que li vaig dir, que fer com fan diu que no és pecat).

Finalment, em va preguntar "¿prefiere una operación con clavos y placas o medicación?" i li vaig dir medicació perquè estava en xoc; tot dependrà del dolor o els problemes que em donin les cervicals. Quan vaig tindre una hèrnia discal lumbar em van operar i em vaig quedar en el cel. Això és més complicat, però per això anava, per què m'explicaren les complicacions i com pot progressar la malaltia. No perquè em fessin mansplaining

M'enfada pel biaix de gènere. M'agradaria saber si a un home li hagués dit el mateix ("puedes llorar"). I m'enfada el sistema sanitari: encara no m'ha vist psicòleg del sistema i aquest home...

Un altre dia, que miri l'informe de la ressonància i expliqui què pensa del problema físic. La resta, bé, tots els professionals ho comenten, tots sabem que l'estrès i la salut mental afecten la física, però en la magnitud que aquell home ho va utilitzar, sobrava.


2/2/24

De cuidados y universos


Profesionales médicos manifestándose en Madrid
EFE/Rodrigo Jiménez











Otro traumatólogo de la seguridad social (a mí no me había pasado, sí a mi madre, por ejemplo), que me dice que no le importan los informes de una resonancia, que quiere hablar con la persona que sufre, que llora, que puedo llorar allí si quiero. Que me parece que lo he perdido todo y que a veces me quiero morir. Que si me cogen y me aprietan del cuello, ¿qué pasa? Pues que duele. Todo esto para explicar lo que yo ya sé que es una estenosis de la médula. A ti sí que te apretaría yo el cuello.

Señor doctor naturalista y humanista (mansplainer y más cosas que le diría ahora), que me dice que él sí que lo ha perdido todo y ahí está. A cada uno le duele su dolor. ¿Qué sabe usted de mi vida? Lo que pone en mi historia, quizás. ¿Qué, ya me han clasificado de neurótica? (creo que una vez, el médico de familia del pueblo le dijo al médico en prácticas de turno que tenía una "madre neurótica"). Solo porque me quejé a la enfermera el otro día de que ya el sistema me está jodiendo más que arreglarme.

O sea, no me ha visto una psicóloga de la S.S. aún y el traumatólogo me hace de psicólogo y me dice que no pongo de mi parte. Me dice que nade. La recomendación del día uno, cuando la primera hernia discal. No nado, no, pero usted no sabe qué otras cosas hago, como yoga, y si este puto pasado año no he podido hacer yoga ni estiramientos porque tenía otras preocupaciones.

Que la psiquiatra de la seguridad social, por otro lado, me ha cambiado el tratamiento, que no me ha beneficiado de forma visible, y cada vez que voy me dice que me vaya bajando el ansiolítico. Pues que me dé con un martillo en la cabeza.

Que la psicóloga privada ha llegado a proponerme un tratamiento que ella no lo sabe, pero yo –y cualquiera con criterio– diría que es una estafa.

Que mi gestora actual no me quiere hacer un cese de actividad con derecho a prestación porque nunca lo ha hecho, que "los autónomos se dan de baja y se buscan la vida", pero al mismo tiempo me dice que no sabe dónde voy a encontrar trabajo yo ahora.

Total, que la solución, según todos los estamentos, es que vaya a casa de mi madre y que ella me alimente. Y buena que es la solución, y lo es porque yo lo he decidido, y gracias que doy por tener un techo y una madre.

Pero no todos tienen esa suerte. Si estuviera sola en la vida, aquí en Barcelona, sin poder pagar el alquiler, ¿qué?

Que al final todos estamos solos en un mundo que ya es capitalista sin remedio. Cada palo que aguante su vela. Y que el mundo no se va a la mierda, ya está en la mierda.

Oí a alguien decir el otro día en la tele que la gente se preocupa por la inteligencia artificial (que sí, que es responsable de que yo ahora no tenga trabajo), pero que no hacía falta, que la inteligencia natural ya se ha cargado al planeta.

Pues nada, a cuidarse, amiguis. Que nadie lo va a hacer por nosotros.