Despierta a las seis por una necesidad fisiológica o dos,
agrega una coma en un lugar donde faltaba, lee un rato y tiene la mala suerte
de estar aún despierta cuando el bebé mayorcito del piso de al lado empieza su
conversación matutina con la madre.
Por suerte no dura mucho, y puede seguir
leyendo hasta que se le están cerrando los ojos cada dos líneas, y se encuentra
a gusto con los ojos cerrados y sintiendo el silencio, escuchando además los
latidos de su corazón. Escuchando dice porque no los oye, pero los siente tan
fuertes que parece que se oyen. Le extraña la sensación de notar un órgano, ese
órgano, tan presente. Deja el libro a un lado y se duerme al fin, mecida por el
latido.
***
Se mete en la cama y una vez bien colocadita saca los
bracitos para coger el libro y ve las mangas de la rebeca. Vuelve a salir para
quitársela. Decide no leer sino acostarse de lado. Con la luz encendida. El
silencio y la imagen que entra en su campo de visión le recuerdan a una
película francesa. Cojines de varios colores en varias posiciones, unos guantes
blancos, los de reposar la crema de manos, dejados caer. Y al final decide que
hay que leer, leer esas cosas que le recuerdan por desgracia al último desamor.
Al peor de los desamores porque fue supuestamente un amor inmenso que duró las
coplas del aguinaldo.
Pero lo peor ahora es que escribe “Hola” y le
sugiere, siempre, “mi amor”. O escribe “te” y sigue, “quiero mucho”.