14/7/25

El hombre de las mascotas




 —Mira a ese hombre que entra con el conejo de peluche. Se subió un día a mi autobús cuando salía del trabajo en la oficina del correccional. Tenía aún la etiqueta puesta, pero eso sí, lo sentó cómodamente en el asiento a su lado, que era para pagar otro pasaje.

El conejo era tremendo, blanco y rosa, y entrábamos en Pascua, así que no me chocó demasiado, aunque el hombre era también grande, no parecía muy normal también por la conversación en torno al conejo que inició con otros pasajeros. Me recordaba un montón a Ignatius Reilly de La Conjura de los necios. En lugar de bigote tenía gafas. En lo demás, podía perfectamente llamarse Ignatius. También tenía una madre, creo, que lo acompañaba ese día. Aunque quizás ese era otro de los hombres niños que a veces iban en esos autobuses.

Montse y yo estábamos en la terraza del Starbucks y él había entrado.

—Hostia, si yo lo vi salir del CVS con él y creía que lo había comprado para un niño.

—Pues creo que no, porque la prisión estatal no queda cerca de aquí, y allí estaba él con el conejo.

—Mira dónde lo ha colocado. Hostia, cómo está el tío.           

El conejo estaba bien sentado en la pequeña plataforma de la barra donde ponen los cafés que la gente va pidiendo. Pascua ya había pasado hacía unos dos meses y estábamos disfrutando del sol de la terraza de la cafetería.

Al rato sale el hombre con el conejo en brazos y con dos cafés en la bandeja de cartón de Starbucks. Bromeamos sobre si es un café para él y otro para el conejo, posibilidad que no descartamos. También sería casualidad que las dos lo viéramos el mismo día de la compra del conejo, en dos partes distintas del estado. Pero es Rhode Island.

En marzo, estamos otra vez en Starbucks, y esta vez no había sol que disfrutar, por supuesto. Pero mira por donde, algunas atracciones están disponibles todo el año.

—No lo puedo creer, Montse, mira quién sale de Newport Creamerie.

La nieve de las últimas tormentas no se ha derretido aún, pero nuestro Ignatius sale de la heladería con dos batidos marca registrada de la Cremerie, los Awful, Awful. La mascota esta vez es distinta.

—No, si otra cosa no, pero sentido de la temperatura, lo tiene. Éste va por estaciones, todo bien conjuntado.

—Nada de cafés que puedan contrastar con las temperaturas externas.

—Y preparado, con la mascota justa para los contratiempos que puedan presentarse.

El hombre se aleja cuidadosamente por la acera helada, los batidos en la bandeja, y el enorme San Bernardo de peluche bajo el otro brazo.

 

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