12/10/09

Puertas deslizantes

El Centro Comercial había quedado en penumbra. Clara salió del baño y se lanzó en busca de una salida abierta. Sus pasos retumbaban en el silencio. Parada ante la segunda salida que encontró, con la esperanza de que sus puertas se deslizaran ante ella, se fijó en una sombra humana, pero no se atrevió a volverse a comprobar a quién pertenecía. Siguió caminando pegada a la pared, casi aguantando la respiración. El maniquí que ella no había querido mirar sonreía a sus espaldas. Una respiración casi jadeante llegó hasta sus oídos, pero su propio corazón alterado le hacía dudar que fuera real. Caminó más deprisa, intentando no parecer asustada. La máquina de refrescos en ningún momento intentó perseguirla. Dio un grito al ver una pierna que asomaba del pequeño contenedor junto a la tercera puerta, que tampoco se abrió, antes de comprobar aliviada que era el resto de un maniquí. Cogió la pierna de plástico, y la sujetó bajo el brazo que no llevaba bolso. Al llegar a la cuarta puerta, y comprobar que no abría, el pánico se apoderó de ella. Cuando oyó la voz del guardia de seguridad que decía “señora…”, no se paró a descifrar el significado. En un milisegundo se aferró instintivamente a la pierna de maniquí y con una torsión del tronco le atizó con todas sus fuerzas al hombre, que quedó tendido inconsciente. Tras comprobar que respiraba y sin pensarlo un segundo, rompió el cristal de la puerta con la pierna, haciendo que saltara la alarma del Centro Comercial. El despertador sonó y nunca se había alegrado tanto de despertarse. Su marido, en cambio, tuvo que llamar al Centro Comercial donde trabajaba de guardia de seguridad para decir que no iría; se había levantado con un horrible dolor de cabeza, como nunca había conocido.

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