24/1/06
Trabajo es trabajo
Pues sí. En el trabajo estamos haciendo reformitas. Me fui a comprar dos metros y pico de felpudo de ese gordo y hermoso, y la dependienta me preguntó si lo quería llevar en otro momento, con un carrito de la compra, porque pesa mucho. Obviamente, también podía llevarme un rollo y luego otro, pero yo digo; -¡Bah!, soy fuerte -y chula, por lo que se ve.
Pues bueno, ya estaba viendo yo esos rollos y a punto de decir: “vale, me llevo uno ahora, otro en otro momento”, cuando ella le dice a otro empleado:
-Hazle unas asas a la chica.
Vale, las asas lo hacían más portable, pero salgo de allí y a la primera de cambio se me rompe una. Dudo, volver o no volver, pero ¿cómo voy a volver con lo que pesa y los metritos caminados? Allá que cojo uno de los rollos en un abrazo. Unos metros más abajo, “¡raca!”, dice la otra asa de cinta de empaquetar. Y ahí voy yo con los dos rollos, uno en cada brazo, mi bolso-archivo delante. Los rollos que se escurren, los dejo en alguna portería o banqueta de escaparate para volverlos a coger mejor. Al final la acera ya es suficiente. Es un via crucis casi casi literal (via rollis felpudi), y para colmo de males, llevo un top de tirantes un pelín escotado, escote que no me puedo levantar como de costumbre, sino que los rollos lo bajan más aún sin posibilidad de retorno, sujetador fucsia al aire y los rollos a los lados hacen efecto wonderbra, que en esta situación no me halaga especialmente. Por si no fuera suficiente que la gente me mire con cara de ¿ánde-vá-ésta-con-éso?, lo que me faltaba era que se me fijen en el detalle central. Yo, intento juntar más los rollos para taparme las tetas, aunque sienta que me estoy haciendo un mamograma.
De verdad, fue horrible y juré nunca más hacerme la supermana. El día siguiente ya me tienes poniendo burlete adhesivo a unas puertas que no se dejan porque la madera está podridita, y allá estoy yo encima de una silla, con la falda remangá, que parezco prima hermana de la cabra de la legión, y brincando como un choto cada vez que suena el timbre. Todo, por cuatrocientos al mes. ¿Alguien da más?
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